Atrás Ruta a la Olla de San Vicente con los niños

Ruta a la Olla de San Vicente con los niños
La Ruta a orillas del Dobra que lleva a la famosa Olla de San Vicente es una de las conocidas y frecuentadas de Asturias, sin duda, ideal para hacer con niños.
La senda a orillas del río Dobra que lleva a la famosa Olla de San Vicente es una de las más conocidas y frecuentadas de la región. De hecho, creo que casi todos los asturianos la hemos hecho, por lo menos, una vez en la vida, y es probable que durante la infancia. Por un lado, el trayecto es breve, de manera que es apta para todo tipo de personas y es más un paseo que una excursión; y por otro lado, su impresionante belleza, hacen que sea el lugar elegido por muchos caminantes para pasar una agradable jornada. Aunque, sin duda, no es el camino lo que más se disfruta, sino el destino final: una gran poza natural de un color verde espectacular y de hasta 5 metros de profundidad que no deja indiferente ni a mayores ni a niños.
El río Dobra, un espectáculo natural
El Dobra es un río corto, de unos 23 kilómetros, que nace en la vertiente leonesa de los Picos de Europa y desemboca en el conocido río Sella. En la cuenca más alta del Dobra es habitual la práctica del barranquismo. El torrente pasa por espectaculares rincones del concejo de Amieva, que conserva grandes bosques autóctonos (olmos, sauces, castaños y robledales). En el último tramo, ya en terreno llano, es donde comenzamos la ruta. Mires donde mires, en cualquier punto del río, las aguas son cristalinas, no se observa nada de contaminación, en parte porque no hay en todo su trazado ningún asentamiento humano. Lo de este río es un espectáculo de la naturaleza, pocas aguas tienen semejante color hoy en día.
La ruta con los niños
Antes de meterme en detalles de la senda, os doy unas pequeñas indicaciones del lugar dónde comienza. Para llegar al punto de inicio tuvimos que coger la N-625 desde Cangas de Onís en dirección al puerto del Pontón. Una vez pasamos Caño, llegamos a Tornín y, después de pasar el pueblo, a la izquierda de la carretera encontramos un restaurante que tiene su propio aparcamiento, sólo para uso de clientes. Eso sí, hay también un espacio público donde pueden aparcar una decena de coches pero, en temporada alta, es posible que no encontréis sitios, como nos pasó a nosotros. De todas formas, en zonas cercanas se pueden encontrar algunas plazas más para poder dejar el vehículo.
Y hecha este puntualización, os cuento todo con respecto a la ruta, que es idónea para hacer con niños pero no se puede hacer en ningún caso con sillitas, salvo que decidáis plegarlas y cargar con ellas llegados los tramos más complicados. Yo, desde luego, no recomiendo esta opción y creo preferible usar una mochila para llevar a los más pequeños de la casa. Además, como el recorrido es relativamente corto, se hace muy bien. Y otra recomendación que no quiero pasar por alto es que los menores de cinco o seis años deben estar siempre cerca de un adulto, ya que hay tramos un poco más complejos. Algunos son estrechos y otros están sobre rocas al lado del río así que aconsejo que, a esas edades, vayan agarrados de la mano de alguna persona mayor. Teniendo en cuenta estos dos puntos, creo sin duda que es una ruta perfecta para hacer en familia y que merece la pena. Yo reconozco que la hice varias veces y no me canso al repetirla.
El recorrido con niños pequeños se realiza en una hora. La primera parte del sendero transcurre sobre pista ancha así que no hay ninguna dificultad. Eso sí, sólo doscientos metros después de iniciar el camino, llegaréis a un puente de piedra que llaman romano o viejo, que no hay que cruzar, ya que os llevaría a otro destino. En cualquier caso, la senda no tiene pérdida. Durante el camino, hay tramos en los que vas pegado al río y ves pozas en la que apetece darse un baño. También encontramos algunas cabañas de piedra a lo largo del recorrido, con un paisaje de fondo espectacular.
La segunda parte del sendero es quizás, como os comentaba, en la que hay que estar más pendiente de los niños pequeños ya que el camino se hace más estrecho y parte de él transcurre por roca, donde en épocas húmedas podríamos resbalar. Pero lo que es una pega para los más pequeños, sin embargo fue toda una aventura para mi hijo mayor, ya que encontró que aquello era mucho más entretenido y emocionante que caminar sobre suelo firme. Así que iba encantado superando obstáculos.
Nuestro destino, la gran piscina natural
Supimos que estábamos a pocos metros de terminar nuestra ruta cuando encontramos que el camino se volvía a hacer más ancho y estaba sobre una pequeña pradera con árboles a los lados. De hecho, justo al final, esos árboles son más abundantes y parece como que quisieran darle un poco más de misterioso al lugar. Y sí, ahí los niños se volvieron locos de emoción porque fue como encontrar una piscina de color verde rodeada de piedras blancas en medio de la naturaleza, así que no está de más que, si queréis daros un baño, llevéis chanclas adecuadas para ello. Eso sí, que nadie olvide que es agua que baja de los Picos de Europa, lo que la convierte en una poza natural de temperatura bastante fría. Vamos, que no todos nos atrevimos a darnos un baño, quizás sea buena idea volver cuando termine el verano.
Para mí, el mejor plan es llevarse unos bocadillos o tortillas y comer allí, viendo el paisaje. De hecho, si os resulta algo incómodo lo de las piedras, se puede subir a la zona que está por encima de la olla, donde hay un gran prao y desde donde se puede ver la poza desde arriba; unas vistas que no tienen desperdicio. Y así, si coméis allí como hicimos nosotros, y después de un baño, los niños harán la vuelta de nuevo con fuerzas renovadas. Desde luego, una de las rutas más bonitas y, a la vez, sencillas de nuestra tierra.

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