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7 hallazgos en el Camino Primitivo en Asturias
El paso por el Camino Primitivo depara maravillas evidentes. Son joyas que merecen ser tenidas en cuenta por los caminantes en su aventura jacobea. Aquí tienes 7 que te dejarán impresionado.
El paso por el Camino Primitivo depara maravillas evidentes. Están ahí mismo, al pie del itinerario, y lo excepcional sería no reparar en ellas. La principal es el hermoso paisaje que se extiende desde la salida de Oviedo/Uviéu hasta que la ruta abandona Asturias por el alto del Acebo, pasada ya la villa de Grandas de Salime.
A él hay que sumar los edificios que ya enumeramos en una entrada anterior —el palacio de los Miranda-Valdecarzana y la Capilla de los Dolores (Grau/Grado), el monasterio de San Salvador de Cornellana y la colegiata de Santa María la Mayor (Salas), el monasterio de Santa María la Real de Obona (Tineo), el palacio de los Cienfuegos de Peñalba (Allande) o el Chao Samartín (Grandas de Salime)— y que constituyen excepcionales muestras de un patrimonio histórico y artístico que ha sabido resistir el curso de los siglos en el Camino de Santiago. Sin embargo, hay otras joyas que, por encontrarse algo apartadas del itinerario oficial o por pertenecer al terreno de lo intangible, pueden pasar inadvertidas y también merecen ser tenidas en cuenta por los caminantes dispuestos a lanzarse a la aventura. Éstas son algunas de ellas:
Termas romanas de Santa Eulalia de Valduno (Las Regueras)
Ya Ciriaco Miguel Vigil, a mediados del siglo XIX, daba noticias de la existencia de restos romanos en la zona de Valduno en su Asturias monumental, epigráfica y diplomática. Según aquel texto, existían junto a la casa de un labrador llamado Domingo Tamargo unos ladrillos y un molino de mano de piedra de grano que muy probablemente datasen de los tiempos de la dominación imperial. En 1947 se encontró allí una monumental lápida dedicada a Sestio Munigalico que se conserva en el Museo Arqueológico de Asturias, pero no fue el único descubrimiento. En el año 2006 se realizaron unos trabajos de acondicionamiento en el entorno de la iglesia parroquial y la primera cata desveló, casualmente, la existencia de unas termas datadas entre los años 60 y 130 d. C. En ellas es posible apreciar, con meridiana claridad, la zona de arcos de paso de calor y una bañera semicircular con banco corrido. El de Valduno se considera uno de los balnearios mejor conservados de todo el norte de España, y el arqueólogo Rogelio Estrada, uno de los mayores expertos en sus pormenores, considera que en la actualidad sólo se puede apreciar lo que, aproximadamente, constituiría la cuarta parte de toda una casa romana. Las termas no se encuentran en el trazado del Camino, pero el desvío que hay que tomar para llegar ante ellas es mínimo y está convenientemente señalizado. Es una buena excusa para tomarse un respiro en la primera etapa del itinerario y apreciar esta pequeña maravilla escondida en el corazón de Asturias.
Carajitos del profesor (Salas)
Sería imperdonable atravesar el concejo de Salas y no detenerse a probar este dulce, uno de los más paradigmáticos de Asturias y avituallamiento habitual en los tiempos en los que era imprescindible pasar por allí si se circulaba en coche desde el centro de la comunidad autónoma en dirección a Galicia. Los carajitos tienen tanta solera que este mismo año se cumple el primer centenario del local en el que se alumbraron. En 1918, Pepín el profesor, maestro de música y director de la banda local, abrió en la villa de Salas el Café del Profesor, un café-restaurante. Años después, su hijo Falín se hizo cargo del negocio y, en las tardes de tertulia, y sólo para los clientes habituales, empezó a elaborar allí unas pastas de avellana que sabían a gloria remojadas en los cafés del frío invierno. Los bautizó con su nombre uno de los clientes, indiano retornado, que acostumbraba a solicitarlos con la frase: «¡Falín, dame un carajo de esos!». Ya no está el bueno de Falín, pero sí permanece abierto el negocio que hereda los galones del suyo y cuyas propietarias continúan vendiendo sus famosos carajitos, así como productos tradicionales y otros dulces típicos de la gastronomía asturiana.
Iglesia de San Martín (Salas)
Se encuentra un tanto alejada de la villa, en la aldea homónima, pero conviene acercarse hasta ella para adquirir plena noción de la importancia histórica que conservan los lugares por los que nos conducen nuestros pasos. La iglesia de San Martín de Salas es el único vestigio que queda en pie del monasterio que llevó ese nombre y que fue erigido entre los siglos VIII y IX, es decir, en los tiempos de la Monarquía Asturiana. De la vieja fábrica se conservan algunos restos que se pueden apreciar en el museo habilitado dentro de la Torre de los Valdés-Salas —en el centro de la villa, frente a la colegiata—. La iglesia que nos ocupa se encuentra a la sombra de un tejo milenario y fue levantada en el siglo XV, aunque experimentó reformas importantes en el XVII y el XVIII. Se accede a ella por una portada de estilo gótico, y en su nave única cubierta por un techo a dos aguas custodia un presbiterio rectangular rematado con bóveda de crucería y un retablo de estilo rococó. Los motivos decorativos epigráficos que procedían de la iglesia primitiva se extrajeron y depositaron en la Torre de Valdés-Salas, como ya se ha dicho, pero en su lugar se han instalado en el templo reproducciones fieles que indican cómo aquellos restos de la construcción altomedieval se reaprovecharon en los paramentos del nuevo edificio.
Balcón de Riego (Tineo)
El concejo de Tineo presume de ser la cuna de Rafael del Riego, uno de los políticos más estimados de todo el siglo XIX en España. Nacido en la aldea de Tuña, en el seno de una familia hidalga, se graduó por Leyes y Cánones en la Universidad de Oviedo/Uviéu y se trasladó a Madrid para alistarse en la Guardia de Corps. Cuando en 1808 estalló la Guerra de la Independencia, el general Murat lo encerró en el monasterio del Escorial, de donde consiguió escapar para regresar a Asturias, de cuya Junta Suprema era miembro su propio padre. Sin embargo, volvieron a detenerle en noviembre de ese mismo año y se vio deportado en Francia. Allí se inició en las teorías liberales y entró en contacto con la masonería. Tras conocer Inglaterra y Alemania, regresó a España en 1814, se reincorporó al ejército con el grado de teniente coronel y juró la Constitución de 1812. Cuando Fernando VII la derogó e inició su deriva absolutista, Rafael del Riego no cejó hasta rebelarse contra su rey. Lo consiguió el 1 de enero de 1820, cuando encabezó en la localidad sevillana de Cabezas de San Juan el famoso pronunciamiento que finiquitaría aquella Restauración encabezada por el Borbón para dar por iniciado lo que en los libros de Historia se ha venido conociendo como el Trienio Liberal. Cuentan que, en ese mismo año, Riego regresó a su tierra natal y dio en la villa de Tinéu un aclamado discurso en el que transmitió la buena nueva a sus paisanos. El balcón desde el que se habría dirigido al pueblo aún existe. Se encuentra en un edificio que hace esquina en plena Plaza Mayor, frente al Ayuntamiento, y allí mismo una placa rememora el hecho.
Embalse del Palo y pueblo de Montefurado (Allande)
El ascenso al puerto del Palo se hace tan arduo que es posible que los caminantes, al llegar a la cumbre, no presten atención a lo que parece una pequeña charca en la que suele abrevar el ganado que se dispersa por esos lares. Es posible que, si lo hacen, tampoco le concedan especial importancia por entender que se trata de una oquedad natural a la que las abundantes precipitaciones surten de agua. En realidad, el pequeño lago data de la época romana y constituye el vestigio del embalse (palus) que allí instalaron los romanos y que terminó por dar nombre al puerto. Hay otro testimonio —tan interesante o más, si cabe— que asevera que en torno a él celebraron las brujas de la comarca, en algún momento del siglo XIX, el último aquelarre del que ha quedado constancia documental en Asturias. El Palo es mucho más que un accidente geográfico: también es una frontera sentimental. Los allandeses se diferencian entre los que habitan «del Palo p'acá» —es decir, hacia La Pola— y los que lo hacen «del Palo p'allá», o sea, hacia Grandas de Salime. Los primeros conforman el grupo de los curitos, seguramente por la relación de dependencia que Pola de Allande mantenía con la diócesis de Oviedo, y los segundos fueron y son incluidos en el bando de los gal.legos, por razones evidentes.
A unos dos kilómetros de la cumbre, siguiendo el itinerario del Camino, se encuentra el pueblo de Montefurado, uno de los más paradigmáticos del itinerario primitivo. A la entrada de la aldea, en la que tan sólo vive un vecino, se levanta una capilla, normalmente cerrada, en la que se guarda una imagen del apóstol Santiago muy querida por los peregrinos. La languidez de las construcciones medio en ruinas y la soledad que reina en el ambiente hacen de éste un lugar curioso, acorde con su propio topónimo, que recuerda cómo los romanos excavaron galerías bajo estas mismas montañas para buscar vetas de oro. Una de esas oquedades aún se conserva aquí mismo casi intacta y los vecinos, cuando los había, solían referirse a ella con el nombre de cueva de Xuan Rata. El apelativo encontraba su fundamento en una vieja leyenda protagonizada por un aguerrido joven que, según las habladurías, habría conseguido dar muerte al mitológico ser que habitaba en las entrañas del monte.
El embalse de Salime: el diablo y el puente
Pero la leyenda más sustanciosa de todo el Camino Primitivo se encuentra unos cuantos kilómetros al oeste, en el embalse de Grandas de Salime. Dicen que el mismísimo diablo vino muchos años atrás a hacer de las suyas por estas tierras y que, tras mucho saltar de risco en risco, acabó tropezando y dio con sus huesos en las aguas del impetuoso río Navia. La corriente lo arrastró durante un buen trecho y la pobre criatura temió seriamente por su vida. Logró agarrarse a unas ramas y regresar a tierra firme, momento en el cual, presa de una sincera alegría, comenzó a proferir unos gritos que retumbaron por todo el valle: «¡Salime! ¡Salime!» Unos mozos que andaban por el lugar, al sorprender al mismísimo demonio saltando de felicidad, lo apresaron y lo lanzaron de nuevo al agua. Otra vez se vio haciendo esfuerzos el desdichado Luzbel y otra vez, al pisar el barro de la orilla, dio rienda suelta a su alborozo con otra exclamación: «¡Subsalime!» La leyenda, muy divertida, tiene una explicación toponímica. Salime y Subsalime fueron dos de los pueblos que quedaron anegados cuando entre 1955 y 1957 se puso en marcha el embalse que hoy ven los caminantes. El Salto de Salime cuenta con una impresionante presa en la que mucho hicieron los arquitectos Joaquín Vaquero Palacios y Joaquín Vaquero Turcios —autor este último de un soberbio mural que decora su interior— y por sus alrededores se despliegan los fantasmales poblados efímeros en los que se instalaron los obreros que trabajaron en su construcción. Cabe enumerar, para que no se los lleve el olvido del todo, los nombres de los pequeños villorrios que desaparecieron para siempre al verse ocupado el valle por las aguas del río: Salcedo, San Feliz, Doade, Saborín, Riodeporco, A Quintana, Barqueiría, Veiga Grande, San Pedro de Ernes, Vilagudín y Barcela.
Otra leyenda, aunque haya quien no la tiene estrictamente como tal, se refiere al propio pueblo de Salime y a un puente del que existe una vieja fotografía en blanco y negro en el tomo III de la monumental Asturias, obra coordinada por Octavio Bellmunt y Fermín Canella entre los siglos XIX y XX. Jovellanos dijo de él que se encontraba «en prodigiosa altura del río». El acervo popular asegura que en su clave de bóveda —es decir, en un lugar casi inverosímil— podía leerse la siguiente inscripción:
PEDRO DE PEDRE
DE CASTRO NATURAL
HIZO EL PUENTE DE SALIME
LA IGLESIA I EL HOSPITAL
I LA CATEDRAL DE LUGO
Á DONDE SE FUÉ Á ENTERRAR
ABRIL AÑO DE 1113
Eso es lo que asevera, insistimos, la rumorología. Nadie, ni siquiera el muy erudito Ciriaco Miguel Vigil al que nos referimos en el apartado correspondiente a las termas de Valduno, pudo nunca constatar la existencia real de este testimonio que hablaría de un maestro de obras del que tampoco hay noticias. Por más que una de las calles principales de Grandas de Salime lleve el nombre de Pedro de Pedre, no existe la menor constancia de que alguna vez paseara por estos lugares un individuo al que hubiesen bautizado de ese modo. Huelga decir que tampoco en la catedral de Lugo, donde presuntamente halló su última morada, existe lápida alguna que indique su sepultura.
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Texto: Miguel Barrero
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