Asturias es una tierra de leyendas y mitos, que le aportan un plus de misterio, de magia y de atractivo a esta paradisíaca tierra.
Asturias es realmente una tierra de leyenda, y es que tanto su intrahistoria como su Historia a menudo se tejen y sustentan en pilares legendarios y mitológicos, que añaden un plus de misterio, de magia y, como no, de interés, a una tierra ya de por si repleta de atractivos de lo más diverso…
Muchos son los paisajes y parajes cuyo pasado está envuelto en un halo de secretismo, como si la geografía asturiana estuviese sembrada de arcanos que todavía hoy se nos antojan difíciles de descifrar.
Tu mente y tu creatividad viajarán por una tierra de prodigios, con historias y lugares que te susurran relatos de traviesos diablinos, de palacios y damas de la alta nobleza, de ciudades sumergidas, de sepulcros regios, de momias malditas o de procesiones de almas en pena…
Ficción o realidad, leyendas o verdades históricas, sea como fuere, esta curiosa mezcla genera una serena alquimia, que convierte en extraordinarios escenarios ya de por sí predestinados a una eternidad infinita…
Entre la amenidad, la diversión, la sorpresa, la admiración, la intriga, el asombro, el suspense o la inquietud por indagar un poco más allá y hacia el más allá, los lugares con leyenda y las leyendas con lugar son una fuente de inesperadas historias que harán que te emociones en el Paraíso Natural.
Unos diablinos muy juguetones. Areñes, Piloña.
Areñes es una preciosa aldea del concejo de Piloña, que cuenta con una leyenda popular muy singular, que además tiene su origen en un bello lugar de este pueblo…
Resulta que hace muchos años había unos diablinos que jugaban todas las noches en una bolera de oro instalada en una casona del pueblo, conocida como La Trapiella.
La susodicha casona está datada en el siglo XVIII, y parece que los diablinos, noche tras noche, molestaban con sus juegos a los propietarios de la casona, que tomaron la decisión de irse.
Curiosamente, y por mera casualidad, por detrás de la casona pasa el Camín Real que conduce a Castilla. Así que los señores de La Trapiella no se lo pensaron dos veces, y cogieron a sus criaturas y al ganado, y pusieron rumbo a otra parte.
Una vez emprendido el camino, continuaban escuchando ruidos detrás de ellos, y al darse la vuelta, se encontraron que los diablinos los acompañaban en su viaje…
- Pero ¿dónde váis?, les preguntaron los de La Trapiella.
- “Nos con vos”, respondieron ni cortos ni perezosos los diablinos.
Asombrados los señores de La Trapiella, decidieron regresar a la casona y tapiar la ventana por la que escuchaban los juegos de los diablinos.
Muchos años después, concretamente en los años 70 del siglo XX, los nuevos inquilinos de La Trapiella destapiaron, entre la curiosidad y el suspense, aquella ventana, y resulta que la bolera de oro no estaba allí y los diablinos tampoco…
La infancia de Ximena Díaz, esposa del Cid Campeador. Casa Fuerte de La Ferrería. Nava
La Casa Fuerte de La Ferrería, en Nava, es uno de esos lugares que nació predestinado para los ecos legendarios, porque además ha tenido un notable protagonismo histórico.
Ubicada en las estribaciones de la sierra de Peñamayor, a orillas del río Prá, en un rincón idílico, como escondido, debe su nombre al hecho de haber sido fábrica de armas blancas.
Esta Casa, cuyos orígenes se remontan al siglo X, perteneció y pertenece a la familia Alvarez de las Asturias, vinculada al señorío de Nava y a la realeza de aquella época.
Precisamente por aquel entonces aparece en escena Ximena Díaz de Asturias, que se casaría con Rodrigo Díaz de Vivar, el famoso Cid Campeador, en el año 1074. Ximena era hija de Diego Rodríguez de Asturias y de doña Ximena, hija de Alfonso V. Pertenecía, por tanto, a la primera nobleza del reino de Asturias, y estaba emparentada con la realeza leonesa, al ser sobrina segunda de Alfonso VI.
Ximena Díaz de Asturias fue un personaje relevante en su tiempo, y de ello queda constancia en la Historia, en la literatura o en el arte. Y entre el halo de leyenda que la rodea figura el hecho de haber residido en la Casa Fuerte de La Ferrería, especialmente en los períodos estivales.
Aún hoy es fácil imaginarse a la pequeña Ximena corriendo por las praderías que rodean el palacio o mirando hacia el puente medieval que hay en las cercanías de La Ferrería…
El misterio de la ciudad sumergida de Argentola. Avilés
Avilés es otro de esos lugares propicios para los prodigios legendarios. Su origen, su fisonomía, su ubicación natural… todo en Avilés parece pensando para la leyenda.
Dicen que en el pasado existió una ciudad amurallada a la entrada de la ría de Avilés llamada Argentola.
La componían calles estrechas y casas que se abrazaban en torno a una colina. También había castillos y conventos, cuyas campanas sonaban al amanecer, al mediodía y al atardecer…
Un buen día llegaron por allí unos artesanos que buscaban trabajo. Venían de muy lejos, tal vez de las tierras donde aún se adoraba al fuego. Decían conocer el arte de fabricar campanas, y también el de trabajar la piedra, el bronce, el cobre o el hierro. Buscaban donde hospedarse, además de un taller donde desarrollar su labor, y también un poco de alimento. Pero nadie les prestaba atención y hasta se burlaban de ellos. Así que deambulaban de un sitio para otro en silencio, se albergaban donde podían, y con amargo sudor se ganaban el pan de cada día.
Extramuros de Argentola, en un promontorio, había un castillo, y hasta allí llegaron una tarde los artesanos. El señor de la fortaleza decidió darles una oportunidad, no sin antes someterlos durante un tiempo a prueba, y los alojó en un cobertizo, debajo de la torre principal que miraba al mar… Era tal su pericia, que muy pronto las campanas fundidas por aquellas manos maestras adquirieron fama en toda la comarca.
Algunos decían que los artesanos eran ángeles del cielo que venían a enseñar a los humanos el arte del fuego y del bronce… Pero la mayor parte de la ciudad siguió teniéndolos por gente advenediza, escapada acaso del infierno, pues tal era su habilidad con el fuego.
Así que una noche de noviembre el mar bramaba impetuoso, y las olas empujadas por el huracán trepaban por el acantilado, cubriendo las murallas con sus espumas blancas, y mientras tanto, las campanas de los monasterios resonaban empujadas por el viento. De pronto, las fuentes empezaron a manar agua roja, y el río que cruzaba el poblado se tiñó de escarlata, y la tierra entera tembló. Bajo la torrencial lluvia, las gentes corrían despavoridas sin poder huir, y entonces los muros empezaron a desplomarse, y la ciudad a hundirse, como un barco que va a pique, hasta desaparecer en el fondo de la ría…
Cuando cesó el terremoto y amainó la tormenta, la luna llena lo invadía todo… Argentola había sido engullida por el mar y yacía sepultada en el fondo de una ría, que llegaba hasta los pies de un alto monte, La Luz, en el que se rendía culto a la fecundidad, al sol y al fuego desde tiempos inmemoriales.
Pero no todo desapareció bajo las aguas. Se salvaron algunos arrabales del otro poblado, donde se levanta parte de San Xuan de Nieva, y también se salvó de la catástrofe un convento cercano a la ciudad, y el castillo que había acogido a los misteriosos artesanos. Y cuando abrieron su taller, pasados unos días, todo estaba intacto, pero ellos se habían esfumado para siempre.
Dicen que hasta no hace mucho, en las noches de San Juan de luna llena, aún era posible distinguir en el fondo de la ría de Avilés, las torres almenadas, los campanarios y los castillos, e incluso escuchar a lo lejos el sonido de las campanas…
Los sepulcros de Pelayo y Gaudiosa. Abamia. Cangas de Onís.
Envueltos desde el inicio de los tiempos en una atmósfera de misterio, a medio camino entre la Historia y la leyenda, los personajes del primer rey de Asturias, Pelayo y de su esposa, bautizada por el devenir cronístico como Gaudiosa, ejercen una irresistible fascinación entre aquellos que se aproximan a sus vidas, y a los lugares donde transcurrieron.
Desde hace siglos ha prosperado en los escritos de algunos cronistas de tiempos pretéritos, y también en el imaginario colectivo, la idea de que el matrimonio regio formado por Pelayo y Gaudiosa reposó, desde su fallecimiento y hasta su traslado a la Santa Cueva de Covadonga - probablemente en tiempos de Alfonso X -, en la iglesia de Santa Eulalia de Abamia, en el concejo de Cangas de Onís.
Santa Eulalia de Abamia destila, por sí misma, quietud y leyenda. Ubicada en una zona dolménica y sobre una necrópolis romana, la hoy iglesia románica, bajo la advocación de Santa Eulalia de Mérida, tiene unos orígenes vinculados a la época de Pelayo, que pudo construir este templo como posible celebración de una de sus muchas victorias y, llegado el final de sus días, decidió enterrarse allí junto a su esposa, aunque en el exterior de la iglesia, presumiblemente a los pies.
Con el tiempo, por el aumento de la feligresía, habría que aumentar el templo y ambos sepulcros quedarían entonces en el interior, o al menos el de Pelayo.
Así pues, y según apuntan las crónicas, el rey Pelayo falleció en Cangas de Onís en el año 737. La historia-leyenda recoge que fue enterrado en Abamia, donde previamente había sido sepultada su esposa, Gaudiosa.
Santa Eulalia de Abamia, rural, recóndita, tranquila, ofrece hoy a quien se acerca una estampa bucólica, en medio de un paisaje de ensueño a las puertas de los Picos de Europa, y a menudo con el ganado de raza asturiana pastando en su entorno… La leyenda, por tanto, está servida y ha llegado para quedarse.
Unas momias con una misteriosa historia. La Plaza.Teverga
El pueblo de La Plaza, capital del concejo de Teverga, alberga uno de los templos románicos más antiguos de Asturias: la Colegiata de San Pedro, datada en el siglo XI, por lo que es considerada una transición del arte prerrománico.
Muchos son los tesoros que guarda la Colegiata de San Pedro, entre otros, los singulares relieves con formas de animales en diferentes capiteles, o el Cristo crucificado, una escultura románica policromada del siglo XIII. Además, su impresionante claustro, edificado sobre uno anterior del siglo XV, también se utilizó como lugar de enterramiento.
Pero entre todos los tesoros allí escondidos, hay dos muy especiales, y que ponen la nota legendaria a la Colegiata: son las momias de Teverga, dos cuerpos incorruptos rodeados de misterio…
Están ubicadas en el pequeño museo anexo a la nave central de la iglesia, y la historia-leyenda cuenta que las momias son las de dos nobles muy poderosos y crueles sobre los que supuestamente pesa una maldición. Hasta tal punto que la condena de sus almas continúa en la actualidad, envuelta en su misteriosa historia.
No se sabe a ciencia cierta casi nada de ellos, ni cómo fue el traslado de sus restos tras su muerte, ni si hubo enterramiento, y sobre todo destaca el hecho de que nunca fueron embalsamados, por lo que se atribuye un origen sobrenatural a su conservación.
En la actualidad se mantienen en dos ataúdes con tapa de vidrio, y están uno sobre otro. Son padre e hijo. El de la parte inferior es el padre, fue Marqués de Valdecarzana y vivió en el siglo XVII, y en la parte superior está su hijo, fallecido en el siglo XVIII, siendo abad e inquisidor.
Parece que ambos fueron ejemplo de perversión, intolerancia, abuso de poder y crueldad. El padre ejercía el derecho de pernada, y abusaba de su poder de forma inquisitorial, torturando y ejecutando sin miramientos. Pasó sus últimos de vida en Madrid, en el monasterio de Los Jerónimos, pero su deseo era ser enterrado en la Colegiata de Teverga, así que uno de sus hijos exhumó sus restos y se encontró con el hecho extraordinario de que estaban incorruptos, sin embalsamiento. Empezó entonces la leyenda…
El motivo por el cual no fueron enterrados continúa siendo un enigma. Cuentan que para muchos habitantes de la zona, el motivo real y secreto es que se encuentran allí para ser repudiados, ya que se considera que están malditos para toda la eternidad, sometidos al castigo que no sufrieron en vida…
Y es verdad que la Colegiata de San Pedro tiene un aura de sigilo, como de ocultismo, como si sus piedras contuvieran indescifrables secretos… solo presentidos por las almas más sensibles…
La intrigante visita de la Santa Compaña. Os Teixois. Taramundi
Os Teixois es también uno de esos lugares donde la magia se respira en cada rincón. Esta escondida aldea del concejo de Taramundi alberga hoy uno de los Conjuntos Etnográficos más destacados de toda Asturias, donde podrás vivir in situ cómo era la vida en los siglos precedentes en una aldea del occidente de Asturias, y donde además contemplarás en vivo todos los ingenios hidráulicos que hicieron posible el progreso y la supervivencia humana, especialmente en los entornos rurales: un mazo, un molino, una rueda de afilar, una pequeña central eléctrica y un batán.
Pero Os Teixois, además, es un sitio propicio para la leyenda, y para una de esas leyendas que te hacen respigarte…
Desde tiempos lejanos era muy conocido que cerca de Os Teixois, la Santa Compaña - procesión de almas en pena que viene a contar una muerte – se aparecía con frecuencia.
Una noche, un vecino del pueblo se encontró con la procesión y vio en ella a una persona que le resultaba familiar. La persona en cuestión era un amigo suyo que había fallecido hace unos años. El difunto se dirigió a él y le pidió el favor de que le acompañase a ver a la Virgen, porque había muerto sin cumplir una promesa. Entonces quedaron para ir una noche hasta la iglesia.
Llegó esa noche y caminaron hasta llegar a la iglesia. Una vez allí le dejaron unas monedas a la Virgen y volvieron hacia Os Teixois.
Al parar por el camino, se pusieron a contemplar las estrellas y, de repente, el difunto desapareció. Un poco temeroso, el vivo continuó su camino y llegó a Os Teixois, contento de haber ayudado a su amigo, el cual no volvió a ser visto en la Santa Compaña…
A veces, al llegar a Os Teixois, y verlo emerger entre la neblina, con sus pizarras negras en los tejados, los muros de sus casas, su río, y su tono apacible, es casi obligado pensar en sus leyendas.
¡Recorrer Asturias a través de sus leyendas es un viaje fascinante! ¡Si te ha gustado este post, compártelo en tu Facebook!
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