El monasterio de Santa María fue durante siglos el centro organizativo del espacio agrario y económico de esta zona del occidente asturiano. Fue fundado en el año 1137 por el rey Alfonso VII y su esposa Berenguela, como cenobio de monjes benedictinos, aunque posteriormente fue ocupado por el Císter.
Todos sus bienes pasaron a ser propiedad civil tras la Desamortización de Mendizábal, menos el templo, que se convirtió en iglesia parroquial. Las dependencias monacales fueron vendidas y convertidas en viviendas particulares, a excepción del claustro que se conserva en estado de ruina.
De la primitiva fábrica románica sólo se conserva la iglesia, que desarrolla planta de tipo monástico del siglo XII: tres naves con la central sobresaliente en altura, cubiertas con techumbre de madera y cabecera con triple ábside, donde se utilizan las bóvedas de cañón y de cuarto de esfera. El interior destaca por su sobriedad y austeridad decorativa. Las naves de cinco tramos se separan mediante arcos apuntados, que se apoyan en unos pilares con forma de cruz. El único motivo decorativo sobresaliente es el sepulcro de Juan Álvarez Osorio, colocado en el presbiterio y que se protege con un arcosolio, canecillos y cornisa, decorados con simbólicas referencias funerarias.
El edificio más reciente es el monasterio, que data de los siglos XVII y XVIII, cuya construcción se atribuye al maestro mayor de la catedral de Santiago de Compostela, Domingo Lois Monteagudo. La construcción se acopla al lado sur de la iglesia y reviste grandiosas proporciones con una austera y severa arquitectura. Al interior se accede a través de una bella portada, formada por un original arco con dovelas resaltadas entre dos pilastras que se alargan en la cornisa. Encima de la puerta se encuentra un sobresaliente balcón sin antepecho, rodeado por los escudos de España y de la orden del Císter. Toda la fachada es de sillares de pizarra y la cubierta de lajas pizarrosas, el material dominante en el occidente asturiano.
