Oriente de Asturias

- Titolo Comuni che la formano Amieva, Cabrales, Cangas de Onís, Caravia, Llanes, Onís, Parres, Peñamellera Alta, Peñamellera Baja, Piloña, Ponga, Ribadedeva, Ribadesella
Es una de las comarcas más conocidas del Principado, y no por casualidad: conjuga mar y montaña, villas con sabor marinero, aldeas y majadas de cuento. Covadonga como alma. Los Picos de Europa siempre insinuándose y playas que aparecen sin avisar, como si nos siguieran los pasos. Todo está tan sobrado de encantos que necesita ser explorado con mucho detenimiento. Pero no es un decorado. Aquí la vida humea a fuego lento, con muy buena gastronomía y gente que no necesita un manual de marketing para ser hospitalaria.
Tradiciones y patrimonio del Oriente de Asturias
Las raíces del Oriente de Asturias son profundas como las de los castaños que sombrean sus caleyas (caminos rurales). Capas de historia superpuestas donde han quedado impresas todo tipo de huellas, empezando por las de los dinosaurios, que ya disfrutaron de esta comarca hace 150 millones de años.
Jurásico y prehistoria
La franja costera que va de Ribadesella a Caravia —y que se prolonga hasta Gijón— es Monumento Natural por sus excepcionales yacimientos de icnitas. En Avín, concejo de Onís, podemos visitar una caverna musealizada que devuelve a la vida la fauna glacial que vivió en la zona. Por aquel entonces, hace unos 40.000 años, Asturias era una tundra helada por la que deambulaban rinocerontes lanudos, osos cavernarios o los trece neandertales que quedaron atrapados en la Cueva del Sidrón (municipio de Piloña) y que han permitido descifrar parte del genoma de esta especie extinta. La comarca oriental también es pródiga en santuarios rupestres: Tito Bustillo (Ribadesella), El Pindal (Ribadedeva), Covaciella (Cabrales), La Loja (Peñamellera Baja) o El Buxu (Cangas de Onís). Las tres primeras poseen la declaración de Patrimonio Mundial de la UNESCO por sus valiosas pinturas y grabados: bisontes, ciervos, caballos, vulvas, antropomorfos y signos crípticos de la noche de los tiempos. En Puertas de Vidiago (Llanes), el ídolo de Peña Tú se tatuó al aire libre en una roca misteriosa; punto cardinal del Neolítico en Asturias y magnífica atalaya de la costa llanisca.
Covadonga y la primera monarquía asturiana
Cántabros y astures ya se enfrentaron unidos a legiones romanas, desde entonces el espíritu independiente de los asturianos orientales se refrendó en diferentes ocasiones, especialmente en la batalla de Covadonga/Cuadonga (722). La basílica actual custodia el auténtico santuario: la Santa Cueva. Una oquedad natural que parece excavada por voluntad divina y donde reposa la “Santina”; que no es menos santa por el diminutivo, sino más asturiana y más grande si cabe. Según la tradición, ayudó a las huestes de Pelayo en la victoria. Desde entonces, la peregrinación a su cueva no tiene fin, como tampoco lo tienen los ruegos, las súplicas o las promesas a la Virgen. Pero quien entra en la Santa Cueva no necesita creer en milagros. El milagro es estar allí.
Cangas de Onís fue la primera capital del Reino de Asturias. Favila, segundo rey de la estirpe, ordenó levantar aquí una Iglesia –la actual Ermita de la Santa Cruz– para custodiar la cruz de roble que su padre Pelayo enarboló contra los árabes. Quien quiera saber más sobre esto puede visitar en la propia Cangas el Aula del Reino de Asturias. También hemos de pararnos obligatoriamente frente al puente “romano”, que en realidad data de la Alta Edad Media (probablemente del siglo XIII). Su icónica figura, con ese arco central agudo y su cruz colgante, se ha convertido en uno de los símbolos más reconocibles de Asturias.
Villas marineras
Hubo un tiempo en que lugares como Ribadesella/Ribeseya, Llanes o Bustio no eran destinos de escapada ni escenarios de selfies, sino bastiones costeros que debían cerrar filas contra los piratas ingleses o las tropas napoleónicas que asomaban por el Cantábrico con intenciones poco turísticas. Eran, por aquel entonces, puertos pesqueros, de intercambio comercial y de subsistencia, humildes astilleros y refugio para marinos.También punto de partida para bergantines que se iban a “hacer las américas”. Hoy, estas villas se han reconvertido en templos del buen vivir. Ribadesella / Ribeseya se abre a su amplio estuario con paseos marítimos de gran belleza, como el que nos sube a la Ermita de Guía, una de las vistas panorámicas más bellas de España. Llanes es más íntima, con torreón y muralla medieval, con calles que se enroscan en torno a su recoleto puerto marinero y deportivo. Bustio es un pueblo discreto, enclavado en un hermoso recodo de la Ría de Tina Mayor —frontera natural entre Asturias y Cantabria. Por estas villas y otros numerosos enclaves litorales transita actualmente el Camino de la Costa a Santiago (Camino del Norte), la ruta Jacobea asturiana declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad en 2015.
Pueblos, aldeas, legado indiano
Las aldeas del Oriente de Asturias son una forma de estar en este mundo: se cultiva la huerta, se atiende la cuadra, todo huele a madera, a humo antiguo, a la infancia de nuestros abuelos. El tiempo se mide en siegas a guadaña y romerías, y esto, para el espíritu moderno, es una especie de shock, algo casi revolucionario. Podemos conocer más a fondo esta cultura en el Museo Etnográfico del Oriente de Asturias (Porrúa, Llanes), o en pueblos como Espinaréu (Piloña) que nos regala una espléndida arquitectura campesina, con su constelación de hórreos esparcidos por las caleyas, los praos y las solanas. Y no es una excepción. Piloña, territorio pródigo en aldeas, conserva con orgullo más de 700 hórreos censados, y unas 200 paneras, esas parientes del hórreo más espaciosas y propias de épocas de abundancia.
Durante el último tramo del siglo XIX y principios del XX muchos fueron los asturianos que emigraron para no tener que pasar hambre y lograr prosperar. Algunos lo consiguieron, otros no, pero todos mantuvieron el cordón umbilical con su aldea natal. Iñigo Noriega Laso, natural de la villa de Colombres, en Ribadedeva, hizo fortuna en México y construyó a su vuelta la impresionante “Quinta Guadalupe”, una gran mansión indiana, sede actual del Museo de la Emigración. Fundación Archivo de Indianos. Uno sale de este espacio con la certeza de que América no se entiende sin aquellos hombres que se adaptaron a los trópicos con la misma destreza con la que domaban un carro tirado por bueyes en la “tierrina”. Las “casonas de Indianos” salpican todo el Oriente de Asturias sin distinción, aunque lucen con luz propia en la propia Colombres, en la villa de Llanes o en el paseo de la playa de Ribadesella/Ribeseya.
Gastronomía
Junto al mar, lo que antaño fueron bodegas de salazón o viejas conserveras son hoy sidrerías y restaurantes donde se rinde culto a los pescados y mariscos de la lonja. La mar ya no llega en forma de amenaza, sino de plato. Lubinas recién pescadas, bonitos desembarcados de la costera, sabrosos bocartes (boquerones), merluzas del pincho... empezando por una de pulpo, almejas, oricios (erizos de mar), andaricas (nécoras) o percebes. Tierra adentro se dan bien los quesos, como el de Vidiago, Pría, Beyos o Peñamellera. El queso de Cabrales es sin duda el faraón. Un queso que no sólo se consume en cuñas untuosas, sino que está presente en numerosas elaboraciones. Tiene certamen en Arenas de Cabrales, el último domingo de agosto. El Gamonéu es el rey de las majadas del montañoso municipio de Onís y también del de Cangas de Onís. Al igual que el Cabrales, el Gamonéu se cura en cuevas naturales (aunque primero se ahuma en las cabañas), cuenta con Denominación de Origen Protegida y con certamen en Benia de Onís, a finales de octubre.
En el Valle de Ardisana (Llanes) se cultivan unas alubias mágicas: las verdinas, exquisitas cuando se acompañan de marisco o carne de caza. La Ternera Asturiana IGP muestra sus cartas en una de las ferias ganaderas más importantes del Norte de España, la de Corao (Cangas de Onís), celebrada cada 26 de mayo con abundancia de vacas casinas y Asturiana de los Valles. Todos los fines de semana de febrero podemos disfrutar de La cocina más rural en las Jornadas Gastronómicas de la Matanza de Amieva y Alto Sella. En noviembre tiene lugar el Certamen de la Castaña y Productos de la Huerta en Arriondas/Les Arriondes, municipio de Parres. El primer domingo de octubre se organiza el Festival de la Avellana en Infiesto/L´Infiestu (Piloña). Aparte de todo esto, todos los domingos del año sin excepción podremos abastecernos de los mejores productos del Oriente en el más popular de los mercados de la comarca: el Mercau de Cangas de Onís.
Fiestas
No hay mes sin festejo, ni festejo sin gaita. Las muestras folclóricas acompañan siempre los días más señalados. Llanes va a la cabeza en las celebraciones religiosas gracias a bandos o cofradías que mantienen una rivalidad muy combativa para sacar adelante las mejores procesiones, los bailes más perfectos (danzas primas, pericotes o xiringüelos) o la “joguera” más grande (troncos de eucaliptos que plantan los mozos del pueblo en el “prau” o sitio de la fiesta). La Magdalena, San Roque y La Guía, son los eventos más populares del verano en la capital llanisca. Pero hay una fiesta con despliegue folclórico en cada aldea del municipio y en muchos otros lugares del Oriente, como San Antonio (junio, Cangas de Onís), La Fiesta del Bollu ( julio, Arriondas/Les Arriondes, Parres), San Cipriano (septiembre, Panes, Peñamellera Baja), la Virgen de la Salud (septiembre, Carreña de Cabrales) y un largo etcétera.
Pero además de fiestas religiosas, en el Oriente de Asturias se suceden otro tipo de manifestaciones que se expresan sin necesidad de altar ni procesión. Fiestas nacidas del paisaje y de la historia como la Feria de Indianos de Colombres, una manera de honrar a todos los que se vieron forzados a emigrar, una jornada festiva y nostálgica en la que todo un pueblo se engalana con indumentaria de la época. Las damas abren y pliegan sus sombrillas, los caballeros se quitan y ponen el sombrero. El 25 de julio, los pastores de los Picos de Europa se dan un homenaje por todo lo alto en la Vega de Enol: La Fiesta del Pastor. Escenario pastoril también tiene la Fiesta del Asturcón, a finales de agosto en la Majada de Espineres en plena de sierra del Sueve, una jornada que sirve para estrechar más el vínculo entre el pueblo astur y su caballo nativo con marcaje, doma, comida campestre, gaita y mucha sidra. El Guirria es un encapuchado mitológico que el día de año nuevo recorre los caminos de San Juan de Beleño (Ponga) cortejando a las mozas, con un séquito que le sigue a caballo. Una versión enmascarada en la línea del Antroxu (carnaval), festejado en toda la comarca con gran despliegue de medios. Dejamos para el final el Descenso Internacional del Sella, el primer sábado de agosto entre Arriondas/Les Arriondes y Ribadesella/Ribeseya. Sin duda, la fiesta del verano asturiano y única celebración en el Principado declarada de Interés Turístico Internacional. Una prueba deportiva que se transmuta en fiesta fluvial y competición de masas. Aparte de los piragüistas, todo el mundo hace un derroche de energía: corre, baila, salta, canta… hasta que el cuerpo aguante.
Actividades y naturaleza en el Oriente de Asturias
El oriente asturiano no precisa retoques fotográficos ni vistas ideadas con Inteligencia Artificial; despliega su geografía con una armonía casi deliberada a través de paisajes in crescendo: desde las playas y acantilados que se asoman al Cantábrico, pasando por la rasa costera que transita hacia los valles y sierras de media montaña, para desde aquí ascender a las cumbres más altas del Parque Nacional de los Picos de Europa.
Paisaje litoral
Más de 40 arenales, entre playas y calas, salpican la costa de esta comarca. Playas vastas y extensas que superan el kilómetro, como la de Vega (Ribadesella), La Espasa (Caravia) o la de San Antolín (Llanes) compiten por bañistas y surfistas con otras de tamaño medio como las de la Franca (Ribadedeva) o la del Arenal de Morís (Caravia). Se puede hacer una distinción entre playas agrestes e indómitas, como las de Torimbia o Andrín (Llanes) y otras de corte urbano como la riosellana de Santa Marina. Pero no sólo se trata de playas. Este litoral es un laboratorio geológico a cielo abierto, y buena parte de él son pedreros, calas de rocas y cantos rodados que albergan un ecosistema riquísimo y algunas piscinas naturales. La llamada Costa Jurásica, entre Ribadesella y Gijón, se rompe de golpe y porrazo a la altura del pedrero de Arra para dar inicio a los acantilados de Llanes, formaciones geológicamente más recientes y también más “altas”.
Y es en esta costa alta donde se puede disfrutar de uno de los espectáculos más sensitivos del Cantábrico: los bufones de Pría o los de Arenillas, sorprendentes saltos de agua que emergen desde las profundidades, a través de grietas y chimeneas naturales, provocando un “bufido” temible que alcanza todo su esplendor en los temporales invernales. La Senda Costera de Llanes o los Acantilados del Infierno (Ribadesella) son recorridos bien habilitados para el senderista o los aficionados a la bicicleta. Nos toparemos con insólitas playas interiores en medio de la naturaleza, como la de la de Gulpiyuri o el Monumento Natural de Cobijeru. Desde distintos miradores divisaremos calas inaccesibles, farallones o islotes. También andarán por ahí abajo los aficionados a la pesca deportiva y al submarinismo, las motos acuáticas, lanchas de alquiler o kayaks que se adentran en grutas existentes en la misma base del acantilado.
Cordillera
La orografía dibuja en esta comarca sierras litorales que son Paisaje Protegido como la Sierra del Cuera o la Sierra del Sueve. En esta última, desde el Mirador del Fitu tomamos conciencia plena del Oriente de Asturias, alcanzando con la vista gran parte de su territorio. Y si coronamos el Picu Pienzu (1.161 m), tras una gratificante excursión desde el Fitu, la panorámica resulta más asombrosa aún. La sierra del Sueve es un ecosistema único, con hayedos hermosos como el de La Biescona y caballos legendarios que pastan en libertad: los asturcones (pequeños, recios, de crines espesas), la estirpe equina asturiana. La Sierra del Cuera es una barrera que se alza entre el mar y la montaña como una fortificación natural. Un cordal de 12 kilómetros de largo con el Pico Turbina (1315 m) como cota máxima. Su vertiente Norte cae a plomo hacia la rasa costera, la Sur se abre al mundo de Cabrales y a las dos Peñamelleras, con rutas de senderismo tan bellas como las que conducen al Valle de Viango, transitan por el Valle Oscuru o parten desde el pueblo de Asiegu (Cabrales).
Los concejos de Amieva y Ponga, lindando con los Picos de Europa pero con su propia soberanía natural, albergan uno de los cordales más bellos de todo el Cantábrico: el Parque Natural de Ponga (Reserva de la Biosfera). Más de 200 kilómetros cuadrados de parque en los que destaca la masa forestal del hayedo de Peloño, uno de los bosques más importantes del norte peninsular (merece una buena excursión con un buen bocadillo y una buena cámara). En el curso interior del río Ponga se retuerce el desfiladero de los Beyos, una garganta vertiginosa que podemos recorrer en coche. No muy lejos de aquí, en tierras de Cangas de Onís, descubrimos el entorno del río Dobra, afluente del Sella. Una ruta senderista fácil, ideal para ir con niños, nos conduce a la Olla de San Vicente; gran poza de aguas cristalinas donde el río se detiene a pensar y en la que quizás nos demos un baño “fresquito” y purificador. En los tramos altos del Sella, además de ver saltar los salmones, es posible practicar rafting. Más abajo nos espera el reto fluvial más popular de España: el descenso del Sella.
Esta referencia a la media montaña no estaría completa si no citásemos la existencia (y belleza) de las sierras de Ques y de Peñamayor en Piloña, el balcón de hermosas vistas que es la Sierra de Santianes y el monte Mofrechu en tierras de Ribadesella, o la existencia de buenos cotos salmoneros tanto en el río Sella como en el Cares. En este último siempre ha sobresalido el coto de Niserias, en el hermoso entorno de Peñamellera Alta.
Picos de Europa
El Oriente de Asturias acoge gran parte del Parque Nacional de los Picos de Europa, primer espacio protegido de España. Un entorno habitado desde siempre por pastores, queseros, senderistas, montañeros, rebecos y leyendas. En el mazizo occidental: El Cornión, se encuentran el Enol y el Ercina, los famosos Lagos de Covadonga, legendaria cima ciclista y climax del paisaje nacional. La omnipresente Peña Santa (2596 m) domina un sinfín de rutas pastoriles que son (re)aprovechadas para el trekking, como las que conducen a Vega de Ario o a Vega Redonda, de camino al espectacular Mirador de Ordiales. En el macizo central: Los Urrieles, se asienta la monarquía caliza de Asturias. El punto más alto de la geografía asturiana y de la Cordillera Cantábrica está aquí: Torre Cerredo (2.649 m). También lo está una de las cunas del alpinismo español: el Naranjo de Bulnes, cuyo nombre de pila -con el que lo bautizaron los pastores- es “Picu Urriellu”. Su forma icónica, vertical, despegada del suelo como un dedo que señala al cielo, es todo un desafío para escalarlo. La aldea de Bulnes no está lejos de su naranjo. Encajada en un estrecho valle de alta montaña que parece hecho a propósito para esconderla de todo. Hasta hace pocas décadas solo se accedía a pie, remontando la Canal del Texu. Desde 2001, existe un funicular que parte de Poncebos y llega al mismo Bulnes gracias a un trayecto que atraviesa la montaña. Pero es bueno recordar aquí que ir a Bulnes no es hacer turismo sino hacer una pausa en el ruido del mundo (mejor subir andando para que esto se haga realidad).
La archiconocida Ruta del Cares, un camino inimitable entre dos tierras —Caín (León) y Poncebos (Asturias) — es un precipicio domesticado de más de 12 kilómetros donde el silencio también tiene eco. A esta ruta se la conoce con razón como “la garganta divina”, porque si los dioses decidieran encarnarse en senderistas elegirían este desfiladero para saber lo que se siente.
Caminando por los Picos y sus estribaciones no tardaremos en tropezarnos con sus majadas (mayadas), aldeas de altura donde llevar a pastar el ganado durante el estío. Abundan en el entorno de pueblos como Tielve o Sotres (Cabrales), también en la zona de los Lagos y en todo el concejo de Onís. Son ellas las culpables del excelente resultado culinario de quesos como el Cabrales o el Gamonéu.
El oriente asturiano es generoso en cualquier estación, pero en términos paisajísticos su máximo esplendor tiene lugar en primavera y otoño. La primavera multiplica su colorido con los manzanos en flor y todas las arboledas en ebullición. El otoño, con su melancolía cromática, es el momento ideal para quien busca belleza sin bullicio o para recorrer sus bosques. Lo es también para la comunidad creciente de surfistas que eligen el Principado en estas fechas porque el oleaje es más vivo que en verano. El mes de septiembre es especialmente bueno para los aficionados a la montaña. No aprieta tanto el calor y los días siguen siendo largos y luminosos. El invierno, aunque más crudo, tiene la virtud de mostrar el alma del oriente sin maquillaje turístico. Estación idónea para admirar los paisajes nevados o asistir a grandes espectáculos naturales como los bufones llaniscos.
El invierno es también especialmente bueno para comer caliente, para dar otra vuelta de tuerca al slow food y probar todos esos platos de antaño nacidos al calor lento de las cocinas de humo, cuando la matanza del cerdo era un ritual de subsistencia. Sopas, fabadas y potes para saborear sin prisa cada cucharada, tortos con picadillo o boronas, esas hogazas sin complejos hechas con harina de maíz, horneadas lentamente, envueltas en hojas de berza o de castaño y rellenas de chorizo y panceta.
En lo que al goce pleno se refiere, hay que admitir que el verano es la mejor estación. Por todos los rincones restallan los “voladores”, la sidra corre a raudales en las fiestas de “prau” y hay buen ánimo y gente por doquier. Para los más activos, el oriente de Asturias ofrece un catálogo de posibilidades que haría palidecer a cualquier agencia de viajes tropical. Podemos subirnos a una canoa o a un caballo, a una moto acuática o a un quad, a una bici, practicar coastering por los pedreros, escalada, barranquismo, espeleología, alquilar una lancha, aficionarnos al submarinismo y, por supuesto, darnos unos cuantos baños en un montón de playas salvajes.
En esta comarca debemos acostumbrarnos rápido a lo que antaño significaba “andar sin reloj”. Tampoco estaría mal dar de lado al móvil, y centrarnos en ver atardecer en un buen chiringuito sin quitarnos el salitre de la piel. También podríamos ponernos el reto de pegarnos un buen madrugón para presenciar el amanecer desde el Mirador del Fitu (i-n-o-l-v-i-d-a-b-l-e).
Fundamental: no busques sólo lo que “hay que ver”. Habla con los lugareños y entérate bien de lo que te estás perdiendo. Si te dejas llevar puedes incluso contagiarte del habla de cada lugar; acostumbrarse a decir “esto ye muy prestosu” en lugar de “qué bien me lo estoy pasando”.
La red de carreteras del Oriente de Asturias es razonablemente buena aunque haya destinos más accesibles que otros. Existe línea de ferrocarril FEVE y líneas regulares de autobuses, aunque la mejor manera de recorrer la zona siga siendo el coche propio o de alquiler. Las principales entradas a la comarca son desde la zona central de Asturias por la autovía del Cantábrico (A-8) y por idéntica vía desde Cantabria.
En cuanto al alojamiento, hay uno para cada tipo de viajero: casas rurales para estar en familia o en grupo, hoteles con encanto, apartamentos confortables, y campings con renovadas instalaciones.
Existen oficinas de turismo en las principales localidades, guías especializados en patrimonio, numerosas agencias de aventura y turismo activo, rutas en todoterreno, la posibilidad de organizar salidas marítimas, y una gran red de restaurantes y sidrerías de calidad.
Conviene reservar con antelación en temporada alta, sobre todo si uno quiere alojarse en los lugares más buscados o comer en sitios donde todo el mundo quiere comer.
Después de volver del Oriente de Asturias, algo en ti habrá cambiado sustancialmente. No hace falta irse a la otra parte del mundo.
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Cosa vedere
- Real Sitio de Covadonga y Los Lagos de Covadonga, Enol y Ercina.
- Cuevas de Tito Bustillo y El Pindal.
- Villa de Ribadesella/Ribeseya.
- Villa de Llanes.
- Asiegu y Bulnes.
- Parque Natural del Ponga, Bosque de Peloño.